El objetivo del gnosticismo sería la liberación y transcendencia de la función de ese Ialdabaoth (los Arcontes, los falsos dioses) mediante la “gnosis” o conocimiento espiritual intuitivo, siendo el Kristo-Lucifer el Mensajero enviado por Sophia madre a los seres humanos para con sus enseñanzas y Misterios salvar y liberar sus almas de la prisión de ese dios inferior que se cree más grande y poderoso de lo que realmente es y que viene a equivaler, en términos microcósmicos humanos, a la ilusión ciega del ego mental, separativo y astral.
El
mito y el texto gnóstico describen como Sophia intentó conocer e
interpretar al Padre, al Ser Superior incognoscible, a través del
conocimiento y el raciocinio intelectual, por lo que fue excluída de la Totalidad Divina
(el llamado Pleroma), yendo a caer en el sufrimiento, en la materia y
en el Caos. En la segunda parte del arquetipo mítico Sophia se
arrepiente de sus acciones y en vez de continuar en su lucha de entender
mentalmente al Ser Superior, al Padre, comenzó a rogar la ayuda de Dios
reconociendo su impotencia y su error, hasta que finalmente el Padre
(llamado el Inefable Primer Misterio en este evangelio gnóstico, Aquél
del que todos somos partes o chispas monádicas) tuvo misericordia de
ella y la envió a Kristo-Lucifer, en esta “gnosis” sería el recordatorio o
despertador del ego racional, el conocimiento transrracional e
intuitivo, mientras que el Demiurgo egóico y egoísta intentaría con sus
patrones y estructuras aniquilar todo aquello que no se aviniese a su
antigua y estrecha concepción del mundo.
Los
gnósticos por consiguiente insistían en la salvación del hombre
mediante la gnosis o sabiduría secreta, que es el trasunto esencial del
libro Pistis Sophia, basando su creencia fundamental en ese dualismo
ontológico que constituye la
lucha del Bien y del Mal, o lo que es lo mismo la lucha entre el Dios
Transcendente y el Demiurgo. La creación del mundo material por éste
último es el resultado de la caída de Sophia, a la que un redentor
enviado por el Dios Absoluto Incognosible, quien es Kristo-Lucifer, trae la salvación mediante
la gnosis secreta.
Los
gnósticos creían, que
Jehová-Yahvé (Ialdabaoth) era un Arconte (un dios menor) que se había
rebelado contra Lucifer, y que al crear el universo o cosmos material
creó el mal, atrapando en esa concepción a los Eones (emanaciones
divinas de luz) y a los espíritus de los hombres, a los cuales exigió
adoración y veneración. Para ayudar a los Eones a escapar de tal maligno
influjo y sometimiento, Lucifer bajó a la tierra al Jardín del Edén
bajo la forma de una serpiente para engañar a Jehová, y dar a Eva el
conocimiento (“gnosis”) imprescindible para escapar de la prisión de
Jehová y volver al Reino de Luz. Para los gnósticos, Lucifer era el “Dios de la Luz” y Jehová el “Dios de la oscuridad”.
Es
por ello que los gnósticos se refieren a sí mismos, en su concepción
esotérica e iniciática del “religare” (o religión) con lo divino, como
la “humanidad espiritual”, en contraposición a la “humanidad carnal”,
para ellos demasiado ignorante para entender debidamente la Sabiduría Divina, precisamente por su adoración al “malvado” Demiurgo (semicreador) Ialdabaoth (Yahvé). Jehováh y Satanás son uno y lo mismo (no hay que olvidar
su principio esencial en la consideración de los dioses y jerarquías
divinas de que “Deus est daemon inversus”), y lo mismo vienen a decir
algunos intérpretes gnósticos: que la figura de Jehová-Satanás
(Ialda-Baoth) representa a un constructor menor, cuya división de la
humanidad en hombre y mujer fue la causa del problema en el Jardín del
Edén, y no el sabio consejo de la serpiente de comer del Arbol de la Ciencia
del Bien y del Mal. Para los gnósticos Ialdabaoth era un espíritu
orgulloso que creó un mundo propio y un universo de criaturas
monstruosas, que él mismo odiaba y que quería destruir, por que el
hombre se atrevió a aspirar a un mundo superior de libertad y
conocimiento, pasando por encima de él.
En
definitiva los gnósticos explican el problema del Mal basándose en el
dualismo persa y en la teoría de los Eones, emparentada con ideas
básicamente platónicas. Para ellos, como ya se ha dicho, uno de los
Eones, participante de la Divinidad,
pretendió ascender en su posición para llegar al grado de Ser Supremo, y
entonces se rebeló contra dicho Dios Padre con el que compartía el
Reino de la Luz. Tal
Eón sería el Demiurgo, el Dios del Antiguo Testamento, que crea el
mundo material y el Mal, al encerrar a las almas espirituales de los
hombres hechas de Luz en la materia de sus cuerpos, y como esperan ser
rescatados se entabla con ello ineludiblemente la lucha entre el hombre y
ese Dios. Para redimir al alma
humana, Sophia, enterrada en la materia, vino otro Eón, el Kristo-Lucifer, fiel
al Ser Supremo, quien comunicó a las almas el conocimiento (la ya tantas
veces repetida “gnosis” superior, síntesis final de toda la metafísica
gnóstica) de su verdadero origen, y enseñándoles y mostrándoles la
manera y el camino de liberarse de la cárcel de la materia, para volver a
la Luz, a la Casa del Padre, a su origen puramente espiritual.
Yaldabaoth es el dios del caos, tambien
conocido como Samael, el dios ciego de su creación. En el Cristianismo es
Yahweh, o Jeohova-Satanas. La trampa creada por este Demonio que captura la
mente del hombre en los mundos de la ilusión de Maya.
De la Pistis Sophia a los Arcontes y la
transcendencia del Ego
En el concepto Jungiano, el gnóstico y
el teosófico del Ego/Yo vienen a coincidir con diversos matices con la lectura
del Pistis Sophia, pues los gnósticos ven al Demiurgo como a un falso Dios que
se cree equivocadamente que él es el creador y el ser más poderoso del
universo, identificándole con el Ialdabaoth, el Yahvé Judeocristiano, un Dios
celoso y egoísta, violento, caprichoso y
autoritario, que se refleja en el Primero de sus Mandamientos “Yo soy el único
Dios y a mí solo adorarás”, lo cual viene a coincidir con los predicamentos
básicos del ego (“yo soy el mejor”). Sin embargo el Yo de los Gnósticos ha
transcendido las fijaciones del Ego, y es por tanto más afín al Ser Superior en
el que creen, el Dios Creador que reside en el Pleroma, del cual todos
procedemos como chispas o mónadas hijas de tal Padre.
Los Arcontes: es un Grupo Egregor de seres Pensamiento,
incapacitados de vivir en esta realidad material por sí mismos, nos fagocitan
implantándonos pensamientos, los cuales generan en nosotros deseos y miedos, es
decir energías negativas de las que se alimentan. - El Pleroma en la cosmología
gnóstica, y en la terminología empleada en la Pistis Sophia, sería la Totalidad
y la Unidad, el lugar donde habita el Espíritu, la realidad no material que
penetra toda la existencia. Los Eones son emanaciones divinas de Dios, enviados
para redimir al espíritu del estado material, que residen en el Pleroma, el
mundo del espíritu, y van siendo más densos a medida que se separan y alejan
del Pleroma. Los Arcontes son jerarquías espirituales, con funciones kármicas y
probatorias o tentadoras adversas (provienen de la raíz griega “Arch” que
significa “autoridad”), y para los gnósticos son los poderes planetarios y los
guardianes de los planos espirituales, que están asociados a los siete planetas
visibles, y como agentes del Demiurgo se les tiene por seres depredadores que
inhiben el despertar espiritual ya que convencen y seducen a la humanidad de la
realidad del mundo material. Por ello son fuerzas que estimulan la ilusión, el
maya y el espejismo de la materia, y por tanto son poderes al servicio del
pecado, del miedo y de la tentación permanente, al dar valor de realidad
absoluta al mundo de las emociones, pensamientos y proyecciones del ego.
Para los gnósticos, la muerte en la vida del iniciado es el perecimiento del ego personal, y que es indispensable para nacer de nuevo a la auténtica vida (la Vida a la que se accede mediante la Iniciación).
El discípulo o aspirante muere a su ego, es decir a su papel en la encarnación, al personaje que ha asumido en la materia, porque ha aprendido que él es el intérprete-actor y no el personaje, y entonces queda libre para actuar fuera del guión, para llevar a cabo su otro papel, que para los esotéricos es el de Guerrero Espiritual. El que vence a su Dragón Interno (su importancia personal: su ego) ha reconocido por fin su papel en el juego de la realidad, y adquiere el derecho de comunicarse con los artífices del Juego: los seres superiores suprasensibles y con el director de escena y coguionista, el Maestro Interno o Ser Intimo, que le conduce a su naturaleza Solar Espiritual.
Pistis Sophía representa
al alma anhelante, el alma humana. Desde el punto de vista semántico, “Pistis”,
es poder y fé, y “Sophía” significa sabiduría, cabría decir el poder y la
sabiduría de la luz, lamentablemente atrapada por el “Obstinado” ego (uno de
los seres que la persigue a lo largo de toda la obra). El Obstinado ego,
pluralizado en lo que en el texto es referido como sus “emanaciones” es todo
ese conjunto de errores, vicios y defectos de tipo psicológicos, tales como: la
ira, lujuria, codicia, envidia, orgullo, pereza y gula que moran en nuestro
interior formando parte del cuerpo astral o emocional y que lamentablemente tienen
encapsulada y prisionera a la conciencia o alma humana. Y en ese sentido es
importante hacer una clara diferenciación entre Sophia y la razón subjetiva del
intelecto: Sophia es la razón objetiva del Ser, es conciencia despierta, y la
razón subjetiva es producto del ego. El ego es tinieblas y Sophia es la luz de
la Mente real divina. Por ello Pistis Sophía, la divina fé-sabiduría-poder se
halla latente dentro de cada uno de nosotros, en nuestro universo interior de
forma que sólo con la fé, y la transmutación y transcendencia del ego, vienen a
decir los gnósticos, podremos alcanzar el poder y la sabiduría para
convertirnos en amos y reyes de la naturaleza material hacia el espíritu, única
realidad. Pistis Sophía, el alma anhelante, el alma humana o conciencia, es una
gema preciosa que anhela la libertad, la luz, el poder y la sabiduría que el
Obstinado ego tiene atrapada.
Imagen alquímica esculpida en la catedral de Notre Dame (París). La
mujer representa a Sofía (diosa griega de la sabiduría). El libro
abierto, el conocimiento accesible a todo el mundo y el cerrado aquel
sólo al alcance de los iniciados. La escalera es el camino hacia dicho
conocimiento y la unión entre el cielo y la tierra.
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Video:
La mirada de
Sofia, la diosa de la Sabiduria.